Aún es recordado en el Villamarín...
Hubo unos años en el que, nuestro equipo, eran Rubén Castro y 10 más. Tiempos en los que el menudo delantero protagonizaba con sus goles partido tras partido, hasta llegar a ser héroe de una afición sufridora, pero que sabía recompensar aquello que daban sus jugadores.
Muchos son los partidos en los que Rubén llegó, anotó y venció. Personalmente recuerdo dos de ellos, uno en Llagostera, un empate a 2 en un campo impracticable para el fútbol para todo jugador, menos para Rubén, al que no le importaba el estado del pasto para hacer su trabajo.
Otro partido, aquel ante el Alcorcón en el que anotó dos goles, firmando el ascenso del Real Betis Balompié. Desde entonces, el equipo se mantiene en la mayor competición futbolística existente en el mundo. Aquel año, año de Velázquez, Merino y Mel, el canario sumaría la friolera de 32 dianas en Liga, un promedio de 0,72 goles por partido, anotando en los 7 últimos encuentros.
Los goles de Rubén fueron de todas las formas y colores. Goles de vaselina, de uno contra uno, de cabeza, de tiros de fuera del área, de falta directa. En casi todo tuvo como compañero a Jorge Molina. Fueron muchos partidos en los que los dos delanteros tuvieron que salir al rescate del equipo. Pocas veces habrá habido una pareja de delanteros con tal entendimiento como el que mostraron la pareja formada por Castro-Molina.
Y es que, en la historia del Betis, el tándem que han existido han sido de enorme calidad: los Aeso-Aedo, Cardeñosa-Gordillo, Alfonso-Finidi, Joaquín-Oliveira y el dúo del que hablamos.